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Una sumisa

El ansiado Encuentro

Le conocía ya de hacía tiempo y siempre le había atraído su manera de ser, la forma en que la trataba y en modo que tenía de ver el BDSM. Tenía el punto justo de maldad, severidad y cariño que ella buscaba en un Dominante. Era comprensivo a la par que rudo. Se preocupaba tanto por sus sumisas como por su propio placer. Tenía todo lo que a ella le gustaba en un Amo.  A menudo había fantaseado con servirle, pero nunca habían llegado a hacer realizar ese sueño. Ese día iba a ser diferente. Hoy había quedado con Él. Esperaba poder demostrarle por fin todo lo que estaba dispuesta a ofrecerle.  No sabía qué ponerse para la ocasión. Él no le había dado ninguna indicación al respecto y ella no quería defraudarle, deseaba impresionarle. Al fin y al cabo se trataba del momento que llevaba meses e incluso años esperando. Quería que todo fuera perfecto. Finalmente optó por una falda negra de raso que resaltaba sus formas y un top de cuero granate con una cremallera juguetona que dejaba ver lo conveniente en cada momento. Naturalmente no llevaba ropa interior, tan solo unas medias sujetas por un liguero. Se sentía provocativa vestida de esa forma. Le gustaba sentirse así. Decidió no maquillarse demasiado, sólo lápiz y máscara de pestañas negras con un toque de luz en los ojos, unos polvos para unificar su tez y brillo en los labios para hacerlos mas carnosos y apetecibles. Por fin se acercaba el momento, en menos de una hora se iba a producir el esperado encuentro.  Salió de casa y comenzó a caminar hacia la cafetería en la que habían quedado. Sus botas de tacón repiqueteaban sobre los húmedos adoquines del suelo. Acaba de para de llover y la calle se había llenado de gente, gente que la miraba y que se giraban a su paso. No había duda de que había elegido bien la ropa.  Cuando llegó a la cafetería Él aún no estaba, de modo que sentó a una mesa y esperó. Apenas habían pasado diez minutos de la hora convenida, cuando Él apareció por la puerta. Ella bajó la mirada. Él se sentó frente a ella y le dijo “¿Estás contenta?” A ella le sorprendió la pregunta y casi por instinto levantó la cabeza sin querer. Sus miradas se cruzaron por un instante. Inmediatamente bajó de nuevo la cabeza avergonzada y contestó: “¿Sí Señor?”. Él le indicó que se levantara y fuera a pedirle algo de beber. Mientras ella esperaba en la barra a que le sirvieran notaba como Su mirada la recorría de arriba abajo. Volvió a la mesa con la bebida. Le temblaban las piernas y las manos. Puso la bebida sobre la mesa y Él le indico que se sentara a Su lado.  Había ocurrido, por fin estaba junto a Él y a punto de entregarse por completo. Un hormigueo le recorría el estómago y no era capaz de relajarse. Él se dio cuenta en seguida, la conocía muy bien, de modo que la invitó a dar un paseo. Salieron de la cafetería. Al principio ella iba a su lado, pero Él prefirió que caminara delante. La quería observar andar. Recorrieron dos manzanas y al llegar a una plaza le indicó que se metiera en un portal. La condujo por unas escaleras y bajaron a un sótano. Él abrió la puerta y le dijo: “Adelante, no tengas miedo, pasa.” Estaba oscuro y no sabía muy bien a donde la había llevado. Permaneció quieta junto a la puerta mientras Él cerraba la puerta y se adentraba en la habitación. Encendió una pequeña luz y algunas velas y subió la persiana de la única ventana que había en el cuarto. En ese momento, cuando la luz le permitió ver lo que había en la habitación se dio cuenta de dónde estaba; era Su mazmorra. Unas cortinas violetas cubrían una de las paredes, había una cama con sábanas negras en el centro de la habitación, con una alfombra de pelo blanca a los pies. Bajo la ventana una estantería exhibía una magnífica colección de vibradores, plugs, consoladores, bolas vaginales y anales, huevos, etc. En otra de las paredes, junto a una gran cruz de madera colgaban esposas, grilletes y cadenas de diferentes longitudes y materiales. Una mesa cubierta de cristal dejaba ver la colección de fustas, palas, látigos y otros utensilios usados para azotar. Era la habitación que ella llevaba tiempo soñando con tener.  Él se sentó en un sillón que había junto a la cama y le hizo una seña para que se acercara. Sin levantar la cabeza fue hasta Él y se arrodillo a sus pies. Notó como Él sonreía y la miraba. Él alargó el brazo y cogió algo de un cajón de la cómoda que tenía al lado. Ella no distinguió a ver de qué se trataba y no se atrevió a levantar la vista para mirar. Él se incorporó en su asiento, se acercó a ella y comenzó a acariciarle el cabello. Se sentía muy inquieta; ilusionada, ansiosa, débil, vulnerable. Él le colocó algo alrededor del cuello, era una correa negra de cuero, notaba el tacto de cuero sobre su piel, lo olía. Él continuó acariciándola, el pelo, el rostro… Le pasó los dedos por los labios. “Me gustan esos labios”, dijo Él. Ella notó como se sonrojaba. No sabía que decir ni qué hacer, pero no pasaba nada, Él sabía muy bien lo que quería. Le enganchó una cadena a la correa y ató el extremo a la pata del sillón. La atrajo hacia sí con un brusco tirón de la cadena pero sin dejar de acariciarla. Estaba de rodillas, vestida frente a Él y con Su miembro oculto bajo el pantalón a la altura de su boca. Le ordenó que se desnudara para Él. Ella dudó por un instante si ponerse de pie para hacerlo o no, pero finalmente optó por mantener la postura. Se desabrochó la falda, dejó que cayera sobre el suelo y después se la quitó del todo, la dobló y la colocó a su lado. Después bajó la cremallera del top y se lo sacó lentamente. Lo puso sobre la falda, bien doblado y ordenado. Echo mano al liguero para retirarse las medias y Él le dijo que prefería que se las dejara puestas. La observó así por un instante y después le ordenó que le desabrochara el pantalón. Ella acercó sus manos a la cremallera, pero Él la detuvo: “No, no, no. Las perritas buenas lo hacen con la boca no con las patas.” Ella se sonrojó y se reprochó no haberse dado cuenta de ese detalle. Acercó su boca a Su entrepierna, podía sentir su olor… Ladeó la cabeza y con los dientes le desabrochó el botón, luego con la boca le bajó la cremallera. El miembro que tanto tiempo había deseado acariciar estaba frente a ella y no pudo evitar mirarlo con ojos de deseo. “Lo deseas, ¿verdad?” dijo Él viéndole la lujuria en los ojos. “sí Señor” contestó ella avergonzada de mostrar su deseo tan evidentemente. Él le recorrió el cuerpo con sus manos, ella comenzaba a excitarse y no podía ocultárselo. Él puso Su mano sobre su cabeza y la acercó a su miembro aún más. “Demuéstrame las ganas que tenías de que llegara este momento; de estar frente a mi como una perra cualquiera. Adelante, ¡demuéstramelo!” Acercó sus labios a Su miembro y comenzó a lamerlo suavemente, como una perra lavando a sus cachorros. Con las manos lo masajeaba con dulzura mientras poco a poco se lo iba metiendo en la boca. Pasados unos instantes Él dijo: “No te olvides de nada.” En ese momento ella se dio cuenta que había olvidado adorar una parte. Inmediatamente empezó a chuparle los testículos. Se metía uno en la boca y jugueteaba con la lengua, sin dejar de mover su mano a lo largo de Su falo. Le gustaba, le encantaba notar el miembro creciendo entre sus manos. Se sentía más tranquila que hacía unas horas, cuando trataba de imaginarse el encuentro y los temores la asaltaban.  No se atrevía a mirarle, pero quería hacerlo…Alzó los ojos tímidamente y sus miradas se cruzaron. Él sonrió. “Me gusta perrita, sigue” Le encantó oír esas palabras y continuó aún con más ganas. De pronto escuchó un ruido. Era Él que abría de nuevo el cajón. Le tomo las manos y se las esposó a la espalda. “Tu sigue a lo tuyo, no dejes lo que estás haciendo.” Le puso una venda sobre los ojos y le apartó la cabeza de Su entrepierna. “Ya has tenido suficiente.” Escuchó cómo Él se levantaba del sillón y caminaba por la habitación. “Sígueme” le dijo. Ella titubeó un instante, no conocía la habitación y temía tropezar con algo. Él se impacientaba: “Vamos perra, ¡sigue mi voz!” Ella apoyó las manos en el suelo y comenzó a gatear por el cuarto tratando de encontrarle. No le resultó sencillo, de hecho chocó con alguna cosa, pero al final Le encontró. “Buena perrita”, dijo Él mientras le acariciaba la cabeza. “Ahora espera aquí quietecita.” Confiaba tanto en Él que apenas sentía temor por lo que le pudiera deparar. Escuchó como Él corría la cortina y el chasquido de una cerilla. La tomó por la cadena y la guió hasta detrás de la cortina. Allí la tomó en brazos y la colocó sobre un potro. Estaba frío y el tacto de la piel rozando su sexo la hizo estremecerse. “Tranquila, confía en mi.” “Soy toda suya Señor”, le respondió ella llena de dulzura. “Sí, eres Mía, y vas ha desear serlo de por vida”, añadió Él. Entonces le quitó las esposas y ató cada una de sus extremidades a cada una de las patas del potro. Notó como Él daba unos pasos hacia atrás. Debía de estar contemplando su imagen. Tumbada sobre el potro, atada de pies y manos, con su culo al aire justo en el borde. Se sonrojó de la vergüenza que le producía imaginarse a sí misma en aquella postura. Nunca pensó que algún día viviría esa escena. Y menos aún con Él. Un escalofrío le recorrió la espalda al notar como Él derramaba cera caliente sobre su cuerpo. El tacto de la cera caliente sobre su piel siempre la había excitado, pero ese día era más intenso, probablemente porque era consciente de que era Él quien la estaba derramando. Recorrió con gotas de cera toda su espalda hasta llegar a las nalgas, allí se entretuvo más tiempo. Ella se retorcía de placer. De pronto noto una fuerte sacudida en su culo; la estaba azotando y le gustaba; les gustaba a los dos. Tardó un rato en darse cuenta de que era una pala lo que Él estaba usando para marcarla. Era la primera vez que sentía una pala sobre su piel. Era una sensación nueva. Y le gustaba. Lo estaba disfrutando. Él notaba como ella se excitaba cada vez más, sus gemidos la delataban. Continuó derramando cera sobre su cuerpo y azotándola un rato más. Después la amordazó y continuó golpeándola con la pala.  De pronto silencio. Él se había detenido. Ella quiso decirle que siguiera. Quiso implorarle que continuara, pero la mordaza de su boca no se lo permitía. Estaba mojada, estaba a cien y quería que Él continuara dominándola, pero no. Él había decidido sentarse a observar aquel cuerpo cubierto de cera y esas nalgas sonrojadas. “Que bella imagen”, dijo Él y continuó deleitándose un rato.  Cuando notó que ella empezaba a enfriarse le quitó la mordaza de la boca y puso Su miembro en su lugar. “Chupa.” Esas fueron todas sus palabras. Al principió le costó respirar con Su falo en la boca, pero no tardó en acostumbrarse. Él se limitaba a estar quieto y ella se esforzaba por moverse para complacerle. Después Él tomo el mando y comenzó a follarle la boca bruscamente. Las embestidas de Su miembro hacían que ella se deslizara sobre el potro. Volvía a mojarse, estaba muy excitada y quería más.  Cuando Él se cansó volvió a amordazarla y se dirigió a su culo. Aún estaba rojo, ella podía sentir todavía el calor de la pala sobre su piel. Él escupió en su ano e introdujo su polla en el. Ella trató de encorvarse pero no podía. Habría gemido, pero tampoco podía. No podía hacer nada, tan solo dejarse someter por Él. La folló todo cuanto quiso. “Te gusta, ¿verdad? Lo estás disfrutando, ¿no perra?” Notaba como Él aceleraba el ritmo, las embestidas era más fuertes y profundas cada vez. Los líquidos resbalaban por su sexo. Dios, ¡cómo le estaba gustando! Cuando Él ya estaba a punto de correrse la desató, le quitó la mordaza y la venda de los ojos y le dijo: “ponte a cuatro patas y disfruta viendo cómo te uso.” Se encontró frente a un gran espejo. Lo que veía la avergonzaba. Estaba en el suelo, como una perra, ruborizada, llena de cera y Él la sodomizaba sin contemplaciones. Noto Su semen caliente sobre su espalda y después en su cara. “Ahora mírate, mírate bien.” Ella no acertó a moverse, tan solo miraba la imagen que el espejo le devolvía. Allí estaba ella, en una de las posiciones que más le gustaban a Él y con restos de sometimiento y entrega por todo su cuerpo.  Ella no lo sabía aun, pero esa imagen se le quedaría grabada para siempre. La imagen de la primera vez que se entregó a Él por completo y que Él la tomo como Suya.  Seguía con los ojos clavados en su reflejo y entonces, como en un sueño le escuchó decir: “Descansa perrita, esto sólo ha sido el principio.”   

1 comentario

druuna -

hola ¿cómo estás? te cuento que casi de casualidad llegué a tu blog y me gustó mucho, quería saber si existe la posibilidad de aparecer en tu lista de enlaces a otros blogs, yo ciertamente voy a agregarte a la mía si me das permiso. Gracias y espero seguir en contacto. druuna.