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Una sumisa

La caja 1ª parte

Una tarde de verano, con el calor de los rayos del sol asomando por las rendijas de la persiana decidió que había llegado el momento. 

Era una ocasión especial que requería de ciertos preparativos, no valía cualquier cosa. Abrió el grifo de la bañera y dejó correr el agua mientras se sumergía en agua fresca con sales que comenzaban a burbujear bajo sus glúteos y su espalda. Cerró los ojos y se relajó imaginando lo que le esperaba. No tardó en sentir el calor que emanaba de su cuerpo que hacía que se estremeciera al notar el contraste de temperatura con el agua. Abrió los ojos y alargó el brazo para coger la copa que reposaba en el borde de la bañera, se la llevo a los labios y dejó que parte del líquido resbalara juguetón por sus labios, empapándolos, para después pasar la lengua y saborearlo lenta y profundamente inmersa de nuevo en la penumbra con sus ojos cerrados escuchando el burbujeo del agua y el crepitar de las velas.

De pronto el sonido de un claxon que atravesó la ventana hizo que volviera al aquí y al ahora. Abrió los ojos y contempló su cuerpo desnudo bajo el agua. Las sales aún seguían masajeando su cuerpo, aunque ya no con la intensidad del principio. Se permitió unos momentos más en la bañera hasta que dejó de notar el cosquilleo en su espalda, sus glúteos, sus pies… Lentamente se incorporó y se aclaró con agua más fría. Salió de la bañera y se vistió para la ocasión. Un ligero camisón negro, de seda transparente que dejaba ver sus grandes y carnosos pechos y su pubis bajo la tela.

Se sentó a la mesa con el pelo todavía mojado y el agua resbalando por su cara y su espalda. Observó la caja. Esa caja que tanto tiempo llevaba cerrada. Miró el reloj. Todavía no había llegado el momento. Cerró los ojos una vez más y pasó sus dedos sobre la tapa negra. A su mente llegaron imágenes; imágenes de ella y de Él. Recordó, recordó y sonrió.

“No”-se dijo- “no permitas que el pasado enturbie el presente. Deja los recuerdos por buenos que parezcan a un lado y olvida”.

Pero no podía evitarlo. Fueron muchos los momentos que disfrutaron juntos de un modo u otro de lo que contenía aquella caja. Tiempos en los que los dos descubrían y exploraban juntos, tiempos en los que ella se entregaba sin miramientos, tiempos en los que… en los que Él le había enseñado y también le había fallado. Su gesto se torció y abrió de nuevo los ojos. Respiró profundo y se dijo: “tú has decidido daros esta oportunidad de nuevo, ya no tienes nada que reprochar”.

Tenía miedo, miedo de volver a vivir lo mismo, pero sobre todo miedo a fracasar, porque en el fondo siempre se había sentido culpable.

Rellenó la copa, le dio un trago largo y cerrando los ojos respiró para calmarse y alejar de su mente todos aquellos pensamientos, ideas y recuerdos.

Sus manos no se apartaron de la tapa de la caja, casi podía sentir lo que guardaba con todo lujo de detalles, no había olvidado nada…para ella todo aquello había significado siempre algo. Cada objeto de la caja guardaba un olor, un sentimiento, una imagen, un gemido de placer y de también de dolor, vivencias y experiencias de todo tipo.

El calor de la tarde, las gotas de agua aún sobre su piel, la copa en la mano y esa sensación de deseo, sumisión e incertidumbre que siempre aparecía cuando Él estaba cerca hicieron que no pudiera evitarlo. Los recuerdos se agolpaban en su mente, recuerdos idealizados, mezcla de lo que ella siempre soñó y de lo que  la realidad le devolvió. 

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