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Una sumisa

La velada (1ª Parte)

No sabía lo que le esperaba aquella noche, pero no estaba preocupada ya que su confianza en Él era total y sabía que fuera lo que fuera lo que planeaba ella lo disfrutaría tanto o más que Él. Su único temor, infundado como siempre, era el de no estar a la altura y no satisfacer las expectativas que Él pudiera tener, siempre le aterraba no ser capaz de cumplir con lo que Él quería, no saber comportarse, aunque en el fondo también sabía que eso nunca sucedía, Él siempre le transmitía Su satisfacción y eso era lo que ella más admiraba y lo que día tras día la tenía enganchada a Él, saberse deseada y saberse partícipe de Su disfrute.

Sin ella saberlo del todo los preparativos habían comenzado ya por la noche, cuando Él la mandó a dormir antes de lo habitual. La acompañó a la cama, la tapó y la arropó. “Quiero que mañana estés relajada y descansada.” A ella le costó conciliar el sueño, los nervios por lo que sucedería al día siguiente ocupaban todos sus pensamientos, pero debía dormirse, debía obedecerle, y se centró en el sonido de música que llegaba del salón, donde le imaginaba relajado en el sofá viendo algún concierto mientras trasteaba por internet.

A la mañana siguiente se despertó pronto, y se dispuso a levantarse sigilosamente para preparar el desayuno para cuando Él se levantara, pero Él no estaba a su lado. Se paró un segundo y escuchó ruido en la cocina. Antes de que le diera tiempo a levantarse apareció el en la puerta, con el torso desnudo y con el desayuno. Ella sonrió, pero dudó un instante, no entendía lo que sucedía, la imagen siempre era la contraría, era ella la que debía despertarle a Él con el desayuno, no al revés. Él la miró desde arriba, aún tumbada en la cama, con la sonrisa de quien tiene una sorpresa que nadie imagina. Ella trató una vez más de sonsacarle algo, pero no solo no lo consiguió, sino que además se llevó de regalo una reprimenda por ello. Ella esperaba algún castigo físico por ello, pero no fue así, sintió como se contenía, y como simplemente torcía el gesto y salía de la habitación. Ella desayunó, lamentándose por haber tratado de sonsacarle, y olvidándose por un instante de qué sería lo que le depararía la noche.

Por la mañana salieron a hacer algunas compras, iban a tener invitados, eso sí lo sabía, y necesitaban algunas cosas para ofrecerles. Le sorprendió que no compraran nada de comida, apenas unos aperitivos y unas cuantas botellas de bebidas. 

Ya en casa la comida fue ligera, la de ella. Después de haber recogido la cocina mientras Él descansaba, le ordenó desnudarse y preparar la bañera. Le pareció muy extraño, un baño después de comer, pero sin titubear le obedeció. Cuando el agua estaba a la temperatura adecuada le avisó y Él se acercó. Le ayudó a meterse en la bañera y Él se sentó en el borde. “Hoy seré yo quien te prepare, sólo disfruta y deja que yo me ocupe de todo.” Ella se recostó y cerró los ojos. Él comenzó a enjabonarle el pelo, con suaves masajes, pasando sus dedos por su cabeza y bajando hasta el cuello para detenerse allí con un ligero masaje. No sabía cuánto tiempo había pasado, pero casi se quedó dormida. Fueron Sus manos bajando por sus senos hasta meterse en su entrepierna lo que la despertó y la sacó de aquel estado de relajación. Su respiración comenzó a acelerarse y Él lo notó, por lo que apartó Su mano y volvió de nuevo hacia arriba. Después de acabar de lavarle el pelo la mandó ponerse de pie. Con un guante de crin y con fuerza se lo pasó por toda su anatomía. Recorrió todo su cuerpo, siendo más brusco en la zona de las piernas y los brazos, ella hizo un gesto de disgusto, pero a Él no le importó y continuo pasándole aquel áspero guante con fuerza por todo el cuerpo. Cuando acabó la enjabonó con mimo, dándole un ligero masaje en aquellas zonas en las que más se había detenido con el guante. Antes de aclararle el jabón cogió una cuchilla y le arregló el vello de su pubis. Afeitó el poco pelo que quedaba coronando la entrada a su sexo y repasó el resto de sus labios y su ano. Aquello le extrañó, pero no dijo nada, tan solo le miró y vio como Él sonreía, sabedor de que aquello la tenía aún más desorientada sobre lo que sucedería.

Al acabar de lavarla le cepilló el pelo con cuidado y se lo envolvió con una toalla. La secó con la toalla y al finalizar la envolvió con sus brazos rodeándola y aspirando su olor desde atrás. A continuación le quitó la toalla y cogió un bote de crema. Se la extendió por todo el cuerpo y justo cuando estaba finalizando sonó el timbre. “Ponte esto y espera aquí, ahora mismo vengo.” Le dijo Él señalando una bata que había dispuesto sobre un taburete junto a unas zapatillas que dejaban sus dedos al aire. Escuchó voces y se inquietó, no esperaban a nadie, todavía no, era demasiado pronto. Identificó la voz de una mujer, pero no le resultaba familiar, después sonidos que tampoco supo reconocer y acto seguido Su voz ordenándole que fuera al salón. Al entrar vió a una mujer, joven, muy bien arreglada, que estaba sentada en un reposapiés frente a uno de los sillones y con todo un arsenal de botes y utensilios de manicura dispuestos sobre la mesita. Miró extrañada, no sabía qué estaba pasando. “Ven, siéntate, esta es Valeria, va a ocuparse de tus uñas, no quiero que mi torpeza pueda estropear el más mínimo detalle para esta noche.” Ella obedeció y se sentó en el sofá. La bata era muy corta y no sabía cómo ponerse para no dejar más de lo necesario al descubierto, a fin de cuentas no llevaba nada debajo. Valeria le indicó que subiera los pies sobre sus rodillas y en ese instante se dio cuenta de que sería imposible en aquella postura evitar que no se le viera nada. A Valeria no pareció importarle y a Su Señor era evidente que le divertía todo aquello. Se quedó un rato de pie observando con su sonrisa en la cara, divertido viendo cómo ella se ruborizaba. “Os dejaré solas, voy a preparar algunas cosas. Valeria, ya sabes cómo lo quiero.” Amablemente ella le contestó sin apartar la vista de lo que estaba haciendo y Él se acercó a ella, le dio un beso en la frente y se alejó. La chica era agradable, aunque no le dio mucha conversación, se concentraba en su trabajo y en parte también se lo agradeció, así tenía tiempo de seguir tratando de entender qué era lo que iba a suceder aquella noche.

Una vez Valeria hubo acabado con sus uñas de manos y pies, en un tono roja muy potente, Él ya había regresado. Dio su visto bueno y le comentó algunas indicaciones de cómo quería ahora que le arreglase el pelo y la maquillara. Ellas dos fueron al baño y allí Valeria continuó su trabajo. La verdad es que no entendía nada, ¿para qué tanto preparativo? Siempre era ella misma la que se preparaba siguiendo siempre Sus indicaciones para cualquier evento. El tiempo pasaba y lo único que hacía era pensar más y más en el porqué de todo aquello. Cuando la choca terminó quiso mirarse al espejo, pero ella le dijo que Él le había dicho que no lo hiciera, de modo que bajó la vista y se quedó sentada en el taburete en el baño. Valeria salió del cuarto y ella escuchó cómo se despedían en la puerta. Quería levantar la cabeza, girarse y mirarse, pero sabía que no debía hacerlo. Esperó paciente a que Él volviera. Cuando Él entró en el baño la hizo ponerse de pie y quitarse la bata, repasó su aspecto de arriba abajo, dando una vuelta a su alrededor. Por la expresión de su cara parecía satisfecho. “Simplemente perfecta mi niña.” Aquellas palabras eran todo lo que necesitaba escuchar para sentirse segura, sin miedos, confiada y deseosa de lo que fuera a pasar esa noche.

La llevó a la habitación y le dio unas últimas indicaciones. Ya era tarde, se había pasado muy rápido el tiempo, y los invitados estaban a punto de llegar.  Se dirigieron al salón, y ella vió que la mesa estaba totalmente vacía, no había nada aún preparado y era ya muy tarde. Se puso nerviosa, pero al mirarle a Él vio que estaba tranquilo, sereno, no parecía preocuparle que aún quedara tanto por preparar. “Tranquila, va todo según lo previsto. Ahora quiero que te tumbes sobre la mesa, boca arriba.” Sus ojos se abrieron como platos. Ahora sí que ya no sabía qué pensar. Trató de serenarse y simplemente obedecerle. Antes de tumbarse, sentada en el borde, Él cogió una cinta de seda roja y le vendó los ojos con cuidado de no estropear el recogido ni el maquillaje, después la ayudó a tumbarse boca arriba y le susurró al oído “a partir de ahora quiero que estés muy quieta. No te muevas. Pase lo que pase, oigas lo que oigas, sientas lo que sientas, no te muevas y no hables. Simplemente quédate como estás. ¿Serás capaz?” Ella titubeó por un instante, el suficiente para que Él añadiera “¿Acaso no confías en mí?” Inmediatamente ella le respondió: “Sí mi Amo, por supuesto. Seré capaz, estaré quieta y en silencio” Apenas terminó de pronunciar esas palabras sintió Sus labios sobre su vientre y el timbre de la puerta sonó. Era el momento, lo que quiera que fuera a suceder empezaría ya ahora.

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